José Gregorio Linares
En la actualidad la política exterior estadounidense consiste en
evitar la confrontación directa. Ahora su táctica es otra: la
actuación encubierta a través de sus aliados criollos,
especialmente de las cúpulas empresariales y las organizaciones
civiles y partidos políticos a quienes financian para hacer
oposición a los gobiernos de avanzada. Todo esto con el propósito
de crear “crisis de gobernabilidad”, como preámbulo para ocupar
el poder a través de sus representantes nacionales. En ese sentido,
han ido perfeccionando el uso del parlamento para derrocar gobiernos
legítimos, elegidos democráticamente.
Pero esto no es del todo nuevo. Ya desde los tiempos de Bolívar,
cuando se instalaron los primeros congresos en las recién creadas
repúblicas, EE.UU se inmiscuyó en las políticas de cada nación
latinoamericana e intentó influir en las decisiones que se tomaban.
Habida cuenta de que en esa etapa de fundación de las repúblicas
los congresos jugaban un rol fundamental, hacia allí fueron
dirigidos los mayores esfuerzos de “persuasión” de la Casa
Blanca. Todo ello se facilitaba debido a que en toda Suramérica los
parlamentos fueron conformados con gente privilegiada de la
oligarquía, sin interés alguno en transformar las relaciones de
producción reinantes.
Desde EE.UU se organizaron misiones diplomáticas encargadas de
establecer alianzas con diputados afines políticamente, y de
conspirar contra aquellos que le eran adversos. El propósito: anular
la influencia de quienes se planteaban proyectos políticos que en
Estados Unidos consideraban una amenaza a sus planes, como el que
enarbolaba el presidente de la República, Simón Bolívar.
Esta acción injerencista fue llevada a cabo a través por los
embajadores norteamericanos. Fueron muchos los actos de repulsa de
los diplomáticos contra el Libertador. ¿La razón fundamental? Sus
proyectos políticos eran diametralmente opuestos al de los
gobernantes gringos y sus aliados nacionales: Bolívar luchaba por la
abolición de la esclavitud (1816), el reparto de tierras entre los
soldados y oficiales (1817), la distribución de tierras entre los
indígenas (1820), la creación de una gran nación suramericana: la
República de Colombia (1819), la conquista de la independencia de
las naciones del sur que liberaba (1821), y la creación de una
coalición suramericana supranacional, el Congreso de Panamá, para
alcanzar el “Equilibrio” del universo” (1826) y garantizar la
plena soberanía. En cambio, Estados Unidos y sus aliados criollos se
planteaban la explotación de mano de obra esclava, la expropiación
de las tierras de los indígenas y su servidumbre, el sometimiento
político y comercial de las naciones que alcanzaron la independencia
de España, y la atomización de las naciones suramericanas.
Por estas razones, los representantes estadounidenses se enfrentaron
al Libertador. El agente diplomático Juan Bautista Irvine, quien
asistió a la instalación del Congreso de Angostura (1819) y al
Congreso Anfictiónico de Panamá (1826), calificó a Bolívar de
“general charlatán y político truhán”.
William Tudor,
embajador de EE.UU en el Perú, conspira contra Simón Bolívar, y a
nombre de su gobierno manifiesta su deseo de derrocarlo y acabar con
el proyecto bolivariano.
Declara (carta a Henry Clay, 3 de febrero de 1827): “la esperanza de que los proyectos de Bolívar están ahora efectivamente destruidos, es una de las más consoladoras. Los Estados Unidos se ven aliviados de un enemigo peligroso futuro”. También William Harrison, embajador de EE.UU en la República de Colombia (integrada por Venezuela, Nueva Granada y Ecuador), se coaliga con los enemigos del Libertador, quienes habían participado en el intento de magnicidio de septiembre de 1828. De ellos dice (27 de mayo de 1829) que son “excelentes patriotas, hombres arrojados, la parte inteligente del pueblo y amantes de los Estados Unidos y de sus instituciones”.
Declara (carta a Henry Clay, 3 de febrero de 1827): “la esperanza de que los proyectos de Bolívar están ahora efectivamente destruidos, es una de las más consoladoras. Los Estados Unidos se ven aliviados de un enemigo peligroso futuro”. También William Harrison, embajador de EE.UU en la República de Colombia (integrada por Venezuela, Nueva Granada y Ecuador), se coaliga con los enemigos del Libertador, quienes habían participado en el intento de magnicidio de septiembre de 1828. De ellos dice (27 de mayo de 1829) que son “excelentes patriotas, hombres arrojados, la parte inteligente del pueblo y amantes de los Estados Unidos y de sus instituciones”.
EE.UU mueve los hilos del congreso para restarle poder al Libertador,
y apoderarse del poder ejecutivo mediante el derrocamiento del
Presidente Simón Bolívar. En el mensaje a la Convención de Ocaña
(1828) Bolívar contraataca a sus adversarios. Revela que los
diputados han “hecho del legislativo solo el cuerpo soberano,
cuando no debía ser más que un miembro de este soberano”.
Cuestiona el hecho de que el Congreso goce de un poder desmedido y
que el Poder Ejecutivo sea condenado a subordinarse a sus decisiones.
En virtud de ello, el Ejecutivo “viene a ser un brazo débil del
poder supremo, de que no participa en la totalidad que le
corresponde, porque el congreso se ingiere en sus funciones”.
Frente a estos desafueros, Bolívar exige que se ponga fin al
secuestro del poder y la voluntad popular por parte del Legislativo.
Demanda la instauración de “un gobierno que impida la trasgresión
de la voluntad general y los mandamientos del pueblo”.
Pero la nefanda actividad antibolivariana de los congresos continúa.
En 1830 el Congreso Constituyente expresó que Venezuela “a quien
una serie de males de todo género ha enseñado a ser prudente, ve en
el general Simón Bolívar el origen de ellos”; y declaró “al
ciudadano Bolívar enemigo de Venezuela”.
Entonces, no es de extrañar que nuevamente EE.UU haga uso del
parlamento para sus designios: impedir el avance de la Revolución
Bolivariana, aniquilar la organización popular, revertir los logros
sociales, derrocar a un Presidente bolivariano elegido
democráticamente, apoderarse de los recursos naturales de nuestra
Patria, y lograr un mayor control geopolítico en la región.
Afortunadamente, nada de esto ocurrirá: el pueblo enfrenta en todos
los terrenos a los congresistas proyanquis. El Libertador insistía
en que si no afrontábamos con coraje a los enemigos de la Patria “un
nuevo coloniaje será el patrimonio que leguemos a la posteridad”.
Nosotros, guiados por su ideario y ejemplo, no permitiremos que
ninguna forma de coloniaje se asiente en nuestras naciones. ¡Bolívar
vive!

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