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Trampa en ciernes



Carlos Aznárez


La paz no puede ser un decreto ni tampoco una abstracción. La paz, tantas veces invocada por quienes la han violado permanentemente desde el Estado, debe ser una construcción sólida que se derive del fin de las causas que provocaron hace 52 años que un puñado de luchadores colombianos decidieran levantarse en armas para terminar con la injusticia integral que padecía la casi totalidad de la población.
No hay paz ni transición a la misma sin justicia social. Así lo repitieron durante cinco dolorosas décadas los guerrilleros y guerrilleras de las FARC-Ep y del ELN, y tenían absoluta razón en plantearlo así, ya que de lo contrario no tendría explicación que la lucha se hubiera prolongado tanto tiempo. Ni siquiera el Gobierno, en su desprecio constante por las demandas sociales de los más humildes, puede negar que las razones que provocaron la guerra siguen vigentes y las consecuencias de la misma están en la superficie: decenas de miles de muertos y desaparecidos, millones de desplazados y varios miles de prisioneros políticos. La tierra sigue en manos de muy pocos y las demandas del campesinado y los trabajadores nunca encuentran tiempo oficial para ser escuchadas y resueltas. Si a esto se le suman los innumerables crímenes y amenazas de muerte sucedidos en los últimos meses contra dirigentes populares, se tendrá un claro panorama de qué paz habla cada uno.


Por todo ello, y porque escucharon el mandato de amplios sectores de la población que estaba cansada de violencia, las FARC se sentaron a la mesa de negociaciones con el gobierno de Juan Manuel Santos. Con motivos basados en las presiones de la burguesía y de los Estados Unidos, que necesitan “pacificar” (es decir, quitarse a los guerrilleros de encima) para recuperar territorios que son óptimos para la atracción de más inversores transnacionales, Santos y sus amigos se embarcaron en un concepto de paz que les quedaba lejos. Justamente ellos que forjaron las mayores masacres de militantes populares, que le dieron curso a los planes de exterminio diagramados desde Washington y que no dudaron en alentar estrategias económicas que permitieran desarrollar el extractivismo, para subirse al tren de la Alianza del Pacífico para poner en marcha más tratados de libre comercio. No, la paz de Santos no se parece a la paz que anhelan los sectores populares. Sin embargo, valía la pena jugarse con todo para buscar una salida al conflicto.


Cuatro años de marchas y contramarchas en La Habana, de discusiones furiosas y lectura de comunicados moderados para que la opinión pública no se desalentara, han sido algo más que un intento. Una mesa donde se sentaron a la misma todas las franjas del Gobierno, desde los que practicaron el terrorismo estatal hasta los que como parte de la burguesía colombiana anhelan tener “paz” para seguir haciendo buenos negocios. Y finalmente se llegó a un acuerdo.

Por supuesto que no es lo que se soñaba cuando Marulanda y Jacobo Arenas hablaban de la toma del poder, pero es lo que se pudo lograr en estas circunstancias de empate técnico, para que no haya ni vencedores ni vencidos.

Con concesiones por ambas partes, pero dejando la sensación que la guerrilla puso mucho más a nivel práctico frente a un maletín de folios cargados de promesas por parte del gobierno santista. No es poca cosa para una organización político-militar tomar la decisión de desarmarse y emprender la lucha por la vía política. Algo que se dice pronto pero que a la sombra de lo ocurrido con la Unión Patriótica significa una apuesta gigantesca a la paz. No obstante, nadie duda que sea una elección plagada de peligros en sus resultados a futuro, teniendo en cuenta las argucias y triquiñuelas del otro bando, y también la existencia de varios miles de paramilitares, y no pocos uniformados del ejército “legal” dispuestos a seguir con su táctica de “eliminación selectiva”.

La guinda de la torta son las nueve bases norteamericanas, inamovibles. Otro dato real e inquietante: unos se desarman y los otros no dejan de realimentar su carrera armamentista gracias a la contribución de EE.UU, Israel y la Unión Europea.


Luego de todo lo andado llegó el polémico plebiscito. Algo innecesario en las actuales circunstancias ya que con lo discutido en Cuba bastaba. Más aún sabiendo que una buena parte de la población había sido inoculada por el discurso mentiroso del NO, para lo que Uribe Vélez tuvo tanto tiempo de hacer campaña como los años que duraron los diálogos habaneros. El SÍ, en cambio, partió tarde en esa carrera y no supo o no pudo explicar mejor su propuesta. Creyó que con mostrar los acuerdos firmados alcanzaba y sobraba. 


Fue de tal radicalidad la publicidad del voto negativo que recordó los peores momentos de la “guerra fría”, donde el uso semántico del “comunismo ateo” y otras amenazas apocalípticas surtían efecto como “asusta bobos”. En Colombia, los partidarios del NO y sus amigos de los grandes medios usaron a Venezuela como el “peligro a consumarse” si se votaba positivamente y llegaron a juntar en su propaganda sobre los “demonios” a Fidel, Chávez, Santos y Timochenko. 


Con una abstención descomunal, que habla del estado de falta de conciencia y bombardeo mediático ideológico que vive la sociedad colombiana, ganar por un punto con un 18% de los votos no significa nada, pero tuvo el efecto desestabilizador que buscaba la derecha uribista.


Santos, el gran derrotado en esta ocasión, tuvo que sentar rápidamente a la mesa a su exsocio Uribe y a su colega Pastrana, y escuchar sus cavernarias propuestas. Más aún, el santísimo decidió cambiar la sintonía que venía teniendo en estos últimos días y mostrar a la opinión pública la puesta en marcha de un nuevo Gran Acuerdo Nacional, volviendo a mentir al decir que es "para consolidar la paz”. 


A esta altura de los acontecimientos queda claro que la idea maquiavélica del duo Santos-Uribe es tratar de arrebatarle a las FARC los aspectos esenciales de lo hasta ahora acordado. Es decir, hacer una trampa mayúscula una vez que lograron que la guerrillerada saliera a la superficie, está peligrosamente localizada y en condiciones -por decisión propia- de no producir un retorno a las armas. Uribe lo dijo con todas las palabras, o se revisa "ese acuerdo de concesiones que se le han hecho a las FARC” o solo se va a tratar de papel mojado. 


A pesar de ello e incluso de los fraternales consejos suministrados por amigos internacionales de las FARC que insistieron en que por ahora suspendan la dejación de armas, su máximo referente, Timoleón Jiménez, ratificó su apuesta por todo lo andado, y como es lógico la comandancia en pleno se opone a modificaciones de lo ya firmado como pretenden ahora Uribe y Santos. A esta altura, es preciso confiar que la fuerza de esta decisión residirá en la potencia que tengan las movilizaciones populares para que la partidocracia liberal-consevadora no quiera escamotear el tránsito hacia la paz y convertirla en una rendición de la guerrilla. Además de ser una idea nefasta conduciría todo el proceso a un nuevo callejón sin salida. Algo difícil de soportar, incluso para los que tan masivamente decidieran abstenerse.


Iglesias a favor del NO



Según reseñó BBC las iglesias cristianas evangélicas tuvieron un rol protagónico en la victoria del NO en el plebiscito por la paz en Colombia.


"Yo creo que por lo menos dos de los seis millones de votos (que tuvo el "NO") fueron de congregaciones cristianas, evangélicas y católicas que salieron a votar en defensa de la familia, como si la familia estuviera en riesgo", señaló al respecto Roy Barreras, senador oficialista y presidente de la Comisión de Paz de la cámara alta.


"Ellos compraron la falsedad de que en los acuerdos había una ideología de género", cree el senador Barreras.


"Prácticamente todas las iglesias cristianas evangélicas se dedicaron en sus sermones a atacar el proceso de paz con ese argumento", señaló.


“Pero no solamente las iglesias cristianas, sino la iglesia católica tiene también una gran responsabilidad, porque la iglesia católica en Colombia nunca se comprometió con el SÍ”, analizó José Mojica, periodista especializado en temas religiosos.


Aunque al principio respaldaron la solución negociada al conflicto y el proceso de paz, no promovieron el voto a favor del acuerdo en un país que sigue siendo mayoritariamente católico.


La iglesia católica en Colombia incentivó la participación en el plebiscito, invitó a la lectura de lo acordado, pero no promovió una u otra postura.


“Creo que a la iglesia le faltó un compromiso más contundente”, consideró Mojica.


Llamativamente, además, terminó distanciada de algún modo del papa Francisco, que siempre respaldó el “SÍ”.


“Reiteramos la necesidad de estimular los valores de la familia (...) defendidos por nuestros líderes religiosos y pastores morales”, dijo Álvaro Uribe, y es conocida su cercanía con grupos evangélicos.


En Colombia los cristianos evangélicos son un grupo que tiene mucha influencia, ya que aglutinan a unos 10 millones de votantes.


¿Quiénes financiaron la campaña contra la paz en Colombia?



La campaña costó 1.300 millones de pesos, equivalente a unos 450 mil dólares



Víctor Hugo Majano/ la-tabla


Treinta grandes empresas y treinta personas naturales fueron los principales financistas de la campaña por el NO en el plebiscito sobre el acuerdo de paz en Colombia el pasado domingo 02 de octubre, según la revelación que le hizo al diario La República, Juan Carlos Vélez, un excandidato a la alcaldía de Bogotá y hombre de confianza del expresidente Álvaro Uribe.
Vélez, con una actitud de asombrosa indiscreción, precisó que el Top Five (los primeros cinco) de los financistas lo integraban: Organización Ardila Lülle, Grupo Bolívar, Grupo Uribe, Colombiana de Comercio (dueños de Alkosto) y Codiscos.

¿Quiénes son?



Organización Ardila Lülle: Medios de comunicación, gaseosas y fútbol. Sus marcas y empresas son RCN Televisión, NTC Televisión, y Disney XD (Latinoamérica), RCN Radio, la marca de bebidas gaseosas Postobón con sus embotelladoras y el equipo profesional de fútbol Atlético Nacional y Skinco Colombit S.A. El jefe del grupo es Carlos Ardila y su patrimonio para el 2016, es de 5 mil millones de dólares estadounidenses‚ posicionándose entre los hombres más ricos del mundo según Forbes.


Grupo Bolívar: Seguros y Banca. Su marca más notoria es Davivienda, un conglomerado de servicios bancarios. Otras empresas son Leasing Bolívar, Constructora Bolívar, Fiduciaria Davivienda, Asistencia Bolívar, Soft Bolívar y C.B. Hoteles y Resorts. En Venezuela tiene participación en el Banco Caroní. Su jefe es José Alejandro Cortés, aunque le cedió la dirección formal a su hijo Manuel Cortés.


Grupo Uribe: Textil y confección. Es un grupo textil colombiano, de tendencia familiar, fundado en 1907 por John Uribe. Representan a marcas como Chevignon, Naf Naf, Americanino, Esprit, Rifle, American Eagle, Mother Care, American Brands, LBT, entre otras. Sin embargo, se le conoce por su rol al frente de la marca Mango, si bien está en conflicto con la casa matriz española Punto Fa, por supuesta competencia desleal.


Colombiana de Comercio: hipermercados Alkosto. Es una cadena de almacenes colombiana, comercializadora de electrodomésticos, mercado, llantas, motos y productos del hogar. Tiene presencia en ocho ciudades y municipios del país y cuenta con 2.388 empleados a nivel nacional distribuidos en 12 tiendas.


Codiscos: casa disquera. Fundada en 1950 con el nombre de Zeida Ltda, que ahora es la denominación de uno de sus sellos disqueros dedicado al género musical popular y tropical. Junto a Discos Fuentes es una de las más antiguas y grandes de Colombia, además de ser las únicas disqueras nacionales que sobreviven en el mercado de la música. Fue la primera disquera de Juanes, y maneja, entre otros, a artistas como Helenita Vargas, Jairo Varela con su Grupo Niche, Alfredo Gutiérrez, Binomio de Oro, Alci Acosta, Juan Piña, Albita Rodríguez, Peter Manjarres, El Combo De Las Estrellas, Grupo Bananas, Zetty.


Cabe destacar que Vélez explicó que la campaña costó 1.300 millones de pesos, equivalente a unos 450 mil dólares.

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