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Alí Ramón Rojas Olaya

La patria de Anacaona, aquella india de raza cautiva esposa del cacique Canoabo, de Mackandal, Toussaint-Louverture, Dessalines y Pétion, sufre esta vez a causa de los destrozos que dejó el huracán Matthew. Haití es sinónimo de pueblo aguerrido, solidario y desprendido. Quizás conocemos poco de Haití. A una pregunta que hice a mis estudiantes sobre Haití sus respuestas oscilaban entre “es el país donde practican el vudú” y “los haitianos son quienes venden helados en carritos de Tío Rico y Efe”.


 Sobre lo primero diré que el vudú se cuenta entre las religiones más antiguas del mundo, a caballo entre el politeísmo y el monoteísmo. El tráfico de esclavos hacia América produjo un fuerte fenómeno de sincretismo entre esta religión arcaica y las creencias cristianas de los esclavistas, así como con las religiones nativas de los lugares adonde se transportó a los esclavos. De aquí surgiría el vudú haitiano. 


Sobre lo segundo diré que así son los haitianos: cariñosos, amigos de los niños, vendedores de costosísimos helados, aunque se saben explotados.


Haití es el primer Estado de negros libres en el mundo y es el primer país que logró su independencia en América (Estados Unidos es un apéndice imperialista de Inglaterra). En Haití quienes lograron consumar la separación de la metrópoli fueron los esclavos negros. Ninguna otra revuelta de esclavos en América logró tal resultado. Además, el ejército que lograron batir era considerado el mejor del mundo, es decir, el ejército francés bonapartista.


Haití ha luchado por su dignidad frecuentemente ultrajada mediante 35 golpes de Estado en 200 años de independencia. El primer presidente de Haití, elegido democráticamente en febrero de 1991, fue el sacerdote Jean-Bertrand Aristide, antiimperialista y portavoz de la Teología de la Liberación. Fue derrocado tras otro golpe militar siete meses después, regresando a la Presidencia de la República en 1994, con el apoyo de la comunidad internacional, especialmente con el apoyo del Departamento de Estado de USA, pero no porque esa entidad imperial apoyase el sistema democrático en Haití, sino con la finalidad de frenar el éxodo de haitianos hacia Miami, producto de la represión y deterioro de las condiciones socioeconómicas de la población, generadas por la dictadura de Jean Claude Duvalier apoyada por ellos mismos. En diciembre de 1995 fue elegido presidente René Préval, quien asumió su cargo en febrero del año siguiente. En noviembre de 2000 se efectuaron elecciones presidenciales que determinaron el regreso de Aristide a la jefatura del Estado a partir del 7 de febrero de 2001, para ser nuevamente derrocado por la CIA y el gobierno francés en 2004, siendo secuestrado y expulsado bien lejos del país (lo enviaron a Bangui, capital de la República Centroafricana) por haberse atrevido a solicitar la cancelación de la deuda colonial por más de 22 mil millones de dólares que tiene el Estado francés con el pueblo de Haití. Ahora esta hermana patria caribeña es un país profundamente desgarrado con fracturas sociales, colapsos económicos y violencia política, producto de más de veinte años de irresponsabilidad de las élites haitianas, por una parte, y por la otra de la comunidad internacional.


Aristide fue otra víctima del terrorismo mediático. La prensa consensual occidental se limitaba a publicar los comunicados oficiales del Departamento de Estado y del Quai d’Orsay –Ministerio francés de Relaciones Exteriores– y alababa la acción de la oposición «democrática» haitiana. Aristide era presentado como un déspota brutal, se impugnaba su elección y algunos llegaban a acusarlo de traficante internacional de drogas. El curso de los acontecimientos haría pedazos esta interpretación de los hechos. Un año después del golpe de Estado, el Center for the Study of Human Rights de la Universidad de Miami publicó un informe abrumador sobre las violaciones de los Derechos Humanos después del derrocamiento de Aristide y las imágenes de los manifestantes asesinados por parte de las fuerzas títeres del gobierno de Gerard Latortue por reclamar el regreso de Aristide ponían fin a la historia de la revolución democrática.


Desde su independencia el pueblo haitiano viene siendo castigado por su osadía de retar los poderes imperiales de todas las épocas. No lo dejemos solo, aislado de sus hermanos pueblos americanos y africanos. Hoy apelamos a la solidaridad que podamos brindarle a este pueblo que hoy es víctima de un huracán, pero que siempre ha sido víctima del más cruel imperialismo francés, español, alemán, portugués y estadounidense. En el terremoto de 2010 Venezuela colaboró con comida, pañales, ropa y medicina. Cuba con electricidad. República Dominicana con transporte. México, Argentina, Uruguay y Nicaragua con equipos especializados en catástrofes naturales. Estados Unidos “colaboró” con 100 millones de dólares, no en ayuda humanitaria, sino para solventar los gastos de movilización militar anunciados: 10 mil soldados (los cascos azules), el portaaviones Carl Wilson, cargado de 19 helicópteros, el destructor Higgins, los buques de asalto anfibio Bataan, Fort McHenry y Carter Hall, el crucero Normandy y la fragata Underwood ambos equipados con misiles dirigidos. Cada país ayuda con lo que tiene y con lo que le dicta su corazón.


En esta oportunidad la Revolución Bolivariana envía ayuda humanitaria a Haití. Venezuela no olvida el apoyo y la pedagogía de conciencia de clase que Alexander Pétion brindó a Bolívar, al punto que nuestro Padre de la Patria lo llamara el «primer bienhechor de la tierra a quien un día la América proclamará su Libertador».


No permitamos, como decía Alí Primera, «que el futuro nos pregunte ¿Qué hicieron ustedes por Haití? y respondamos bajando la cabeza: los hombres que cayeron son el número exacto de las veces que en un siglo mueve las alas el colibrí».

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