Luciano
Vasapollo y Joaquín Arriola
El
proceso de construcción del polo imperialista de la Unión Europea
está ejecutando una masacre social contra los trabajadores de todos
los países del sur de Europa, en particular en Grecia, Italia,
Portugal y España.
Se
trata de un proceso de privatizaciones acompañado por los procesos
de ataque generalizado a la remuneración del trabajo, doblegando a
los Estados a lo que ha derivado en una crisis del régimen de
partidos.
Por
ejemplo, en España, con su incorporación a la UE en 1986, se
profundizó su especialización productiva como país semiperiférico,
y el excesivo endeudamiento del sector empresarial se gestionó desde
el Estado con dos reformas laborales brutales, una del gobierno
socialista en el año 2010 y la otra del gobierno conservador en el
2012, orientadas a reducir la participación de los salarios en el
valor añadido y aumentar la masa de beneficios empresariales.
En
paralelo, la UE exige que la deuda privada “nacionalizada” se
reduzca de forma acelerada, provocando un recorte enorme a la
inversión pública y a las transferencias.
El
costo brutal de esta política se traduce en que España tenga hoy la
mayor tasa de desempleo de toda Europa occidental, un aumento de la
población en riesgo de pobreza que se acerca a un tercio de la
población total y el mayor aumento de la desigualdad en el ingreso
de toda la UE.
El
malestar económico de la población, junto a la crisis política de
la corrupción, ha derivado en una crisis del régimen de partidos
que ha dado lugar a la irrupción de nuevas fuerzas políticas, que
con un perfil regenerador, más que rupturista, han logrado captar a
más de un tercio del electorado. Pero mientras que el nuevo partido
de la derecha, de perfil liberal, se ha mostrado claramente
subordinado al partido conservador tradicional, el nuevo partido de
la izquierda está generando una recomposición orgánica del
espacio político, primero, absorbiendo la coalición política
dirigida por lo que queda del partido comunista, y más
recientemente, acelerando la descomposición del partido socialista,
quien puesto en el dilema de gobernar con el nuevo partido Podemos, o
de apoyar la alianza conservadora-liberal, ha optado de forma
traumática por sustituir al secretario general y a toda su directiva
para evitar la primera opción y facilitar la segunda. Se trata de
una clara demostración de subordinación a los poderes económicos y
políticos reales en España (el gran capital, Estados Unidos y
Alemania), que recelan de una formación como Podemos, con fuertes
vínculos con Rusia y sobre todo con Irán, y que pese a proponer a
un general de la OTAN como futuro ministro de Defensa, y mantener el
programa de reforma de la UE y la Eurozona sin rupturas, no logra
todavía ser aceptado por los poderes fácticos como un actor
político normalizado del régimen reformado.
Todo esto confirma la necesidad de un cambio radical socio-cultural
que invierta las relaciones causales entre economía y política,
como ya se ha experimentado en los países del ALBA, con las
revoluciones del socialismo del siglo XXI.
Resulta
imprescindible para la afirmación de una nueva era de protagonismo
de los pueblos europeos continuar el proceso político de base por
una nueva ALBA Mediterránea de inspiración Eurochavista, con una
nueva moneda y con una política orientada en favor de los
trabajadores, de manera de contar con un espacio productivo y
político en el cual se pueda realizar un desarrollo social
colectivo, solidario y un bienestar cualitativo.
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